Estos no son sus ojos. Los cambió para no oírme.
No me escucha, no escucha nada. Es otra boca la que me habla, otros ojos. Suda. Se quita las gafas, las zarandea, limpiándolas. Su saliva me salpica. Le tiemblan los dibujitos de la camisa. Es horrorosa. Me crezco.
Son otros ojos los que gritan. Quiero ir y dice que no. Los gritos. Todos nos escuchan. Los vecinos nos oyen. Las voces descienden por el hueco de la escalera como espectros que golpean las puertas de las otras viviendas. Quién le comprará esa ropa miserable. Y me dice que no. Siempre me pareció un turista despistado y ahora ladra como un perrillo de la pradera con pretensiones de oso. Está fuera de sí.
Los ojos se le van a saltar, más viejos, más cansados siguen diciendo que no, que no puede ser. Yo quiero
ir, él quiere escapar, que pase el tiempo y el lunes todo vuelva a su sitio. Pero ya nada será igual porque mis ojos también son otros.
No me escucha, no escucha nada. Es otra boca la que me habla, otros ojos. Suda. Se quita las gafas, las zarandea, limpiándolas. Su saliva me salpica. Le tiemblan los dibujitos de la camisa. Es horrorosa. Me crezco.
Son otros ojos los que gritan. Quiero ir y dice que no. Los gritos. Todos nos escuchan. Los vecinos nos oyen. Las voces descienden por el hueco de la escalera como espectros que golpean las puertas de las otras viviendas. Quién le comprará esa ropa miserable. Y me dice que no. Siempre me pareció un turista despistado y ahora ladra como un perrillo de la pradera con pretensiones de oso. Está fuera de sí.
Los ojos se le van a saltar, más viejos, más cansados siguen diciendo que no, que no puede ser. Yo quiero
ir, él quiere escapar, que pase el tiempo y el lunes todo vuelva a su sitio. Pero ya nada será igual porque mis ojos también son otros.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
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