Ni el viento, ni el humus incandescente, ni los rastrojos prendidos pudieron saltar las estériles zanjas cortafuegos. Ellos, despavoridos, con las plumas en llamas, pequeños fénix mensajeros del infierno, brotaban de las ramas ardiendo como fueguitos de Mafasca que volaban para diseminar la fogalera de copa en copa, hasta la última hoja verde del último árbol del bosque. Fueron los pájaros que no renacerían de las cenizas.𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘮𝘪 𝘲𝘶𝘦𝘳𝘪𝘥𝘢 𝘔𝘦𝘳𝘤𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘓𝘰𝘳𝘦𝘯𝘻𝘰 𝘎𝘰́𝘮𝘦𝘻, 𝑝𝘪𝘯𝘵𝘰𝘳𝘢 𝘺 𝘢𝘮𝘪𝘨𝘢, 𝘢 𝘲𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘢𝘨𝘳𝘢𝘥𝘦𝘻𝘤𝘰 𝘦𝘭 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘰𝘴𝘰 𝘰́𝘭𝘦𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰 𝘵í𝘵𝘶𝘭𝘰.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
Comentarios
Publicar un comentario