Te miro y la tristeza me encoge el pecho. Como una palomita perdida deambulas por la casa. Inquieta miras en derredor e imagino que buscas tus gafas, o las agujas de la calceta, o a tu hija a la que observas y no ves. No estás, Ángela. Te fuiste y ahora te vigilo los ojos esperando el milagro de tu vuelta; te acaricio el pelo y te dejas en la confianza de la indiferencia.
Qué lejos marchaste dejándome sola con el dolor de cuidarte. Muchos días no estamos ninguna, madre.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻

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