El olor a podrido ascendía por el hueco de la escalera y marchitaba las matas de la azotea, ajadas sin las palabras de amor de Dolores.
Se lo dije, resiste unos días; los primeros son los peores, y ya has hecho lo más difícil; aguanta un poco, no lo dejes entrar de nuevo y verás cómo el tiempo sana la herida. Quien hace un cesto, hace un ciento, Lola. Pero lo llamó y ahora no tiene sentido volver sobre lo mismo.
El chasquido de la cerradura a su espalda trajo de nuevo el silencio. Entró y se apagaron los ojos de Dolores, y empezó a caérsele el pelo; se oscureció el hogar cuando depositó el bolso en el suelo y miró alrededor inspeccionando su territorio con satisfacción. Y la casa se le encogió a Lola. Un espacio chico, chico y maloliente como nido de ratas.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
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