Toc-toc.
Soy yo. Mela.
Bibiana abrió la puerta y la miró. Yo me quedé paralizada detrás de ella. La ametralladora de su boca me cosió los labios.
¿Qué quieres?
Mela parecía azorada. Habló con los ojos bajos y la voz queda del que pide.
Perdona, no quiero molestarte, ¿podrías dejarme cincuenta euros?
Bibiana no tenía la mañana para prestar nada. Y a Mela menos que a nadie. Aún la culpaba de lo ocurrido.
Todavía me debes el alquiler y aún no me has devuelto los diez euros que te presté el domingo para el panadero.
Bibiana avanzó un paso y tapó con su cuerpo el hueco de la puerta. Mela se encogió más, arrugando en el pecho las solapas de la bata.
Es que vino el peón de Roque para que le mandara cincuenta euros y no sé para qué.
¿Para qué va a ser?...
Oye, que somos trabajadores; pobres, pero honrados. Siempre te hemos pagado.
Sí, pero todo lo meten debajo de las patas.
No entendía que la gente no viviese como ella. Menos aún que Roque hubiese preferido a aquella muertadehambre manirrota, como la llamaba.
Seguro que tiene una urgencia. Desde que cobre Roque te los devuelvo.
Sí, cuando hayan comprado el último caprichito y la cerveza del caballero, pero aquí está Bibiana para sacarles las castañas del fuego.
Préstame los cincuenta, mujer. Tú no tienes tantas cargas y estás más desahogada.
Porque ahorro y no tiro el dinero como ustedes, que no se privan de nada.
Por favor, déjamelos, ¿qué voy a decirle al hombre?
La verdad, que no tienes porque lo gastaste en mierda.
Venga, mujer, mañana se los pido a mi hermana y te los doy.
No. Se acabó.
Bibiana entró en la casa dejándome frente a la mujer cabizbaja. Adelanté la mano y puse un billete de cincuenta en la de Mela.
Toma, mañana me los das. Y no hagas caso a mi hermana que hoy tiene el moño levantado.
¿Qué habría sido de ti con Roque, Bibi? Déjalos vivir.
Soy yo. Mela.
Bibiana abrió la puerta y la miró. Yo me quedé paralizada detrás de ella. La ametralladora de su boca me cosió los labios.
¿Qué quieres?
Mela parecía azorada. Habló con los ojos bajos y la voz queda del que pide.
Perdona, no quiero molestarte, ¿podrías dejarme cincuenta euros?
Bibiana no tenía la mañana para prestar nada. Y a Mela menos que a nadie. Aún la culpaba de lo ocurrido.
Todavía me debes el alquiler y aún no me has devuelto los diez euros que te presté el domingo para el panadero.
Bibiana avanzó un paso y tapó con su cuerpo el hueco de la puerta. Mela se encogió más, arrugando en el pecho las solapas de la bata.
Es que vino el peón de Roque para que le mandara cincuenta euros y no sé para qué.
¿Para qué va a ser?...
Oye, que somos trabajadores; pobres, pero honrados. Siempre te hemos pagado.
Sí, pero todo lo meten debajo de las patas.
No entendía que la gente no viviese como ella. Menos aún que Roque hubiese preferido a aquella muertadehambre manirrota, como la llamaba.
Seguro que tiene una urgencia. Desde que cobre Roque te los devuelvo.
Sí, cuando hayan comprado el último caprichito y la cerveza del caballero, pero aquí está Bibiana para sacarles las castañas del fuego.
Préstame los cincuenta, mujer. Tú no tienes tantas cargas y estás más desahogada.
Porque ahorro y no tiro el dinero como ustedes, que no se privan de nada.
Por favor, déjamelos, ¿qué voy a decirle al hombre?
La verdad, que no tienes porque lo gastaste en mierda.
Venga, mujer, mañana se los pido a mi hermana y te los doy.
No. Se acabó.
Bibiana entró en la casa dejándome frente a la mujer cabizbaja. Adelanté la mano y puse un billete de cincuenta en la de Mela.
Toma, mañana me los das. Y no hagas caso a mi hermana que hoy tiene el moño levantado.
¿Qué habría sido de ti con Roque, Bibi? Déjalos vivir.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
Comentarios
Publicar un comentario