Huele a madera de pino recién abierta. El chaplón de cemento bajo el árbol de Abuelo, la barra de la cantina de puertas bamboleantes atendida por bellas coristas, es el banco donde se reúnen los adultos en la sobremesa, el casino de los sábados por la tarde y el asiento favorito de los visitantes que vienen para ser felices. Allí llega el aroma del naranjo chino de Padre Juan, y Comadre Zenaida con la verdura, y la señora María con su cajita de dulces, que dicen no usa bragas y mea de pie, protegida por sus enaguas, un enorme tipi que se acerca por el camino cada jueves.
Saboreo sus merengues pensando en su micción.
En mi callejón jugamos todos. A la lotería, al dominó, al envite, al tejo, a la comba. Mi calle la construyó Abuelo en un campo de cereales. Podemos explorar las huertas y las cuevas del barranco, escondernos en los tarajales a fumar cacarecas, coger ranas sin acercamos a las charcas grandes, volar las cometas.
Mesitas de laja, vajilla de porcelana rota con potaje de penca visten mi hogar bajo el muro del aljibe, y tras el patio de abuela Juana tengo mi rancho y mi ganado a salvo de los cuatreros. Pero cuando mi callejón es el mejor del mundo es por la mañana, temprano, cuando llega el cabrero entre campanitas y ordeña a Mariposa en mi acera mientras la acaricio; cuando viene el cochinero a caballo, con su recua de mulas cargadas con seretas chillonas y los lechones invaden el patio. Cómo lo quiere, blanco o de raza. Cuando mamá recita tendiendo la ropa delante de casa, mientras jugamos a la cogida o al escondite. Cuando la manguera nos refresca del calor en verano y mi padre nos cuenta la historia de las estrellas tumbado en su colchoneta, a la fresca, en medio de la calle. Cuando Abuelo Agustín nos trae peras y uvas del Norte. Cuando Lo Divino alumbra el árbol. Cuando llegan las mascaritas con morisquetas de parodia.
Mi calle es la mejor cuando salen la guitarra y el timple, el pandero y el acordeón. Entonces mamá canta y todos escuchan.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
Mesitas de laja, vajilla de porcelana rota con potaje de penca visten mi hogar bajo el muro del aljibe, y tras el patio de abuela Juana tengo mi rancho y mi ganado a salvo de los cuatreros. Pero cuando mi callejón es el mejor del mundo es por la mañana, temprano, cuando llega el cabrero entre campanitas y ordeña a Mariposa en mi acera mientras la acaricio; cuando viene el cochinero a caballo, con su recua de mulas cargadas con seretas chillonas y los lechones invaden el patio. Cómo lo quiere, blanco o de raza. Cuando mamá recita tendiendo la ropa delante de casa, mientras jugamos a la cogida o al escondite. Cuando la manguera nos refresca del calor en verano y mi padre nos cuenta la historia de las estrellas tumbado en su colchoneta, a la fresca, en medio de la calle. Cuando Abuelo Agustín nos trae peras y uvas del Norte. Cuando Lo Divino alumbra el árbol. Cuando llegan las mascaritas con morisquetas de parodia.
Mi calle es la mejor cuando salen la guitarra y el timple, el pandero y el acordeón. Entonces mamá canta y todos escuchan.
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