Pasos. Se acerca. La cadena de los perros. Ya está aquí. Que no crea que ésto va a quedar así. Me largaré. La llave. Ya entra. Ayúdame, Dios mío. Que todo salga bien. Me largaré. Que se pudra aquí, solo, ese diablo y que sus propios perros den cuenta del cadáver. Sí, es él. No matará al niño, como a mi madre. Espera Efigenia, espera a que llegue el momento. No te precipites. Tienes que aguantar cuerda. Y firme, por el niño. Limpia tu propia mierda, Cándido. Ya no me puedes. Lo sabrás cuando no esté. 𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
Sólo traía mojado el volante de la enagua. No se atrevió la mar a devorarla. Ellas habían visto, desde el borde del acantilado, cómo flotaba sobre las aguas, a la deriva, erguida en su falda soplada de viento, amapola volteada por las olas, hasta que aquellos dos pescadores la atrajeron con la fija a la chalana. Y con el mismo respeto que la izaron desde la chalupa, la alzaron en volandas, como a la virgen, para llevarla en procesión, con séquito de salmodia y pétalos de flores, entre suspiros y alabanzas, a lo largo de la costa, hasta depositarla ante su puerta donde arreciaron los rezos. - María Gutiérrez