Sólo traía mojado el volante de la enagua. No se atrevió la mar a devorarla. Ellas habían visto, desde el borde del acantilado, cómo flotaba sobre las aguas, a la deriva, erguida en su falda soplada de viento, amapola volteada por las olas, hasta que aquellos dos pescadores la atrajeron con la fija a la chalana. Y con el mismo respeto que la izaron desde la chalupa, la alzaron en volandas, como a la virgen, para llevarla en procesión, con séquito de salmodia y pétalos de flores, entre suspiros y alabanzas, a lo largo de la costa, hasta depositarla ante su puerta donde arreciaron los rezos. - María Gutiérrez