Al despertar comprendí que se trataba de una señal.
Supe que era ella y regresé a buscarla. Tropezamos en la esquina de la farmacia y nos fundimos en un abrazo grande, sin miedo a las reinas del postigo, y no nos separamos. Busqué sus ojos para saludarla y hallé sus labios. Calientes. Jugosos. La besé y me embrujó. Un beso largo que me fundió como mantequilla.
Comencé a tocarla, para reconocerla, y la apoyé en la pared de la botica. Acaricié sus pechos mientras buceaba en su boca. La agarré con fuerza por la cintura, le sobé el culo, volví a sus tetas sin dejar de presionarla contra el muro.
No nos habíamos dicho ni una palabra. Me aparté apenas y, sin soltarla, con un gesto de la cabeza, le señalé hacia su casa. Caminamos sin separarnos, como barcos abarloados por el temporal.
Supe que era ella y regresé a buscarla. Tropezamos en la esquina de la farmacia y nos fundimos en un abrazo grande, sin miedo a las reinas del postigo, y no nos separamos. Busqué sus ojos para saludarla y hallé sus labios. Calientes. Jugosos. La besé y me embrujó. Un beso largo que me fundió como mantequilla.
Comencé a tocarla, para reconocerla, y la apoyé en la pared de la botica. Acaricié sus pechos mientras buceaba en su boca. La agarré con fuerza por la cintura, le sobé el culo, volví a sus tetas sin dejar de presionarla contra el muro.
No nos habíamos dicho ni una palabra. Me aparté apenas y, sin soltarla, con un gesto de la cabeza, le señalé hacia su casa. Caminamos sin separarnos, como barcos abarloados por el temporal.
Ya a cubierto le fui quitando la ropa. Quería ver su cuerpo moreno, acariciarla y lamerla lentamente. Se dejó y nos quisimos mucho.
Cuando llegué al pueblo se había casado con el médico. Sigo soñando con ella.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
Cuando llegué al pueblo se había casado con el médico. Sigo soñando con ella.
𝘔𝘢𝘳í𝘢 𝘎𝘶𝘵𝘪𝘦́𝘳𝘳𝘦𝘻
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