Tía Para mis sobrinos, con amor. Ata nos parió en casa, a Elenita y a mí, una madrugada fría y tormentosa de noviembre. Corría el barranco y Abuelo pedaleó cinco kilómetros bajo la lluvia, asustado por la negrura que los rayos rompían, para traer a la comadrona. Abuela había perdido ya un bebé en la clínica porque los médicos dejaron que se le cumplieran las horas sin alumbrarlo. Así que vine al mundo en El Rosario, en pleno temporal, cinco minutos más tarde que Elenita. Ella y yo formamos un buen equipo. Abuelo era estibador portuario, hombre lector y curioso que, tras los turnos en los muelles, se sentaba a leernos cuentos y nos contaba historias maravillosas. Traía tejidos de países lejanos, del cambullón, pintados de selvas y bosques, de guepardos y jirafas, mostraba los libros prohibidos en silencio y daba a catar exquisitas frutas exóticas que nadie conocido había saboreado. Recortes de prensa y revistas extranjeras sacábamos los niños del fondo del armario bajo j...