Huele a madera de pino recién abierta. El chaplón de cemento bajo el árbol de Abuelo, la barra de la cantina de puertas bamboleantes atendida por bellas coristas, es el banco donde se reúnen los adultos en la sobremesa, el casino de los sábados por la tarde y el asiento favorito de los visitantes que vienen para ser felices. Allí llega el aroma del naranjo chino de Padre Juan, y Comadre Zenaida con la verdura, y la señora María con su cajita de dulces, que dicen no usa bragas y mea de pie, protegida por sus enaguas, un enorme tipi que se acerca por el camino cada jueves. Saboreo sus merengues pensando en su micción. En mi callejón jugamos todos. A la lotería, al dominó, al envite, al tejo, a la comba. Mi calle la construyó Abuelo en un campo de cereales. Podemos explorar las huertas y las cuevas del barranco, escondernos en los tarajales a fumar cacarecas, coger ranas sin acercamos a las charcas grandes, volar las cometas. Mesitas de laja, vajilla de porcelana rota con potaje...
Blog de María Gutiérrez (escritora)